miércoles, 29 de agosto de 2012

Borges y Cortázar: No son días.


A veces parece que la crítica literaria no tiene en cuenta el elemento estético que sobrevive en un libro. Y este estado de “Survivor” se da porque en los últimos años la No-ficción ganó un lugar en la opinión general completamente impensado en otros tiempos. Tomemos como ejemplo la siempre en boga década del setenta: en ámbitos anglosajones teníamos a Hobswawm o a Tom Wolfe y por estas pampas circulaba la profunda revista “Crisis” con Galeano y Juan Gelman a la cabeza de un proyecto que en uno de sus primeros números ya publicaba una exhaustiva encuesta acerca de las repercusiones que el “Libro de Manuel” despertó en ciertas personalidades de una República Argentina hija de una explosiva y politizada sociedad; una revista que mostraba al peronismo como una refundación de la historia del país pero que no seguía al movimiento creado por Juan Domingo. En este contexto se trata el libro mencionado, uno de los primeros bastiones políticos del legado cortazariano. Mientras que en algún hemisferio del cerebro del escritor ciego germinaba “Juan López y John Ward” su alegoría antibélica. Jorge Luis, o Pierre Menard, habían formado parte del grupo de Florida que ya se mostraba como uno de los tantos renacimientos de la literatura argentina pos-gauchos y pos-conventillos. En la mantecosa materia gris de un adolescente apellidos como Bioy Casáres representaban algo que, como mínimo, resultaba antagónico frente a la rebeldía pública. Poco sumaba saber que el autor de “La invención de Muriel” vivía de las rentas provenientes de las propiedades de sus padres mientras que su amigo, uno de los tres directores no videntes (los otros dos fueron José Mármol y Paúl Groussac) que tuvo nuestra Biblioteca Nacional, vivió gran parte de su vida en un departamento. No sin cierta sorna Ricardo Piglia afirmó que las letras de nuestro país se inauguraron con una frase en francés, “On ne tue point les idées” que abría el “Facundo” de Sarmiento, un gran análisis del problema de la extensión territorial en la segunda mitad del siglo XIX y también de la ley y la falta de ella. Las ideas no se matan pero a veces se tienen que mudar. A principios de la década del cincuenta el Dr. X recibió a un paciente preocupado, un profesor de idiomas, sufría un cuadro de “dolor de cabeza crónico” pero una breve conversación llevaría al facultativo a dictaminar que el problema de Cortázar no se trataba de un problema muscular ni de una enfermedad, tenía incrustada una opinión y eso no se podía curar con nada. El remedio fue París. Cumplían años con dos días de diferencia, se admiraban mutuamente, Borges editó “Casa tomada” un cuento del escritor nacido en “por accidente” en Bruselas que no tenía un fin terapéutico, en boca de su autor, como si lo tuvo la novela “Rayuela”. El cuento que abría “Bestiario” no solo se convertiría en uno de los grandes clásicos de nuestras letras sino también en su primera metáfora política aunque la sátira “Los reyes”, publicada bajo el nombre de Julio Denis, ya inclinaba ideologías. Los primeros pasos de de Georgie, curiosamente, arrancan de una manera muy terrenal lejana a la mitología, a la astrología y los laberintos que le apasionaban tanto como los mundos imaginarios de “Ficciones”. Los bandoleros, los caburés, los tratantes de esclavos y hasta los bluseros del Delta habitan las páginas de sus primeros volúmenes. Más tarde, la poesía y la prosa se confundirían en una amalgama inquebrantable. Porque si Borges era Dylan, los cuentos y las rimas de Cortázar arman un todo donde el realismo mágico, la sonoridad, el tratamiento de los personajes podían no ser entendidos por el lector pero igual le regalaban placer y satisfacción y, sobre todo, una sensación de participación en la historia. Un Beatle. La razón está en que el mismo Julio se consideraba a sí mismo como un “Médium” que cuando terminaba de escribir una obra, esta ya no le pertenecía. El recientemente re-editado “Último round” es un claro ejemplo, aquí el cronopio mayor se adueña de los slogans del mayo francés del ´68 y también otorga comedia y drama al receptor. Eran, los dos, gente audaz, quizás los más intrépidos de nuestras letras contemporáneas, hicieron de la literatura un dibujo. Se fueron con dos años de diferencia y en alguna medida quedamos casi huérfanos de referentes. Hasta que su obra nos inunda de nuevo.

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